* DE "EL UNIVERSAL" A "EL HERALDO DE MÉXICO".
* EL "DREAM TEAM": AL LADO DE CHUCHO, PEPE Y RAÚL.
Un recuerdo para la memoria de los que nos han seguido en este mismo caminar.
De JOSÉ A. PÉREZ STUART.
-- ¡ Chucho ! ¡ Chucho ! ¡ Chucho !....le grité, desesperado, al atemorizarme la pérdida de visión que estaba yo sufriendo esa noche, en la redacción de EL HERALDO DE MÉXICO, debido al correr precipitado de decenas de globos, de burbujas multicolores por mi vista, que me impedían seguir disfrutando la realidad.
De aquél suceso, tengo también grabado el recuerdo de la cara de Oscar Alarcón Velázquez, en aquél tiempo Subdirector de EL HERALDO DE MÉXICO, que me dijo en algún momento de aquella noche de 1970, no se si mientras estaba yo tirado en el piso o ya en una camilla:
-- ¡ Ánimo, José Antonio !...¡ ! Animo !.
También mantengo nítida la escena de mi despertar ante el ulular de la sirena y mi sorpresa ante la cara de un hombre que no conocía:
-- ¿ Dónde estoy ?, le pregunté.
-- En una ambulancia. Lo llevamos a usted a "urgencias" del Centro Médico Nacional, respondió.
-- ¿ Puedo llorar ?, le inquirí.
-- ¡ Sí, claro, por supuesto !, me respondió.
Y empecé a llorar.
Y volví a perder la conciencia.
Tenía yo 18 años de edad. Era reportero de EL HERALDO DE MÉXICO, fundado y manejado por don Gabriel Alarcón, "Don GA", como todos le decían. Y en esa tarea le ayudaban sus dos hijos varones: Oscar y Gabriel. Cubría yo, rutinariamente, "la guardia": iniciaba mi trabajo a las 7 de la noche y salía yo de la redacción, si bien me íba, a las 3 de la mañana. Había días intensos, pues en aquellos tiempos, los compañeros reporteros que viajaban en misión especial, dentro y fuera del país, dictaban sus notas por la vía telefónica, al igual que los corresponsales que tenía el diario en toda la República Mexicana. Y el encargado de escribir en "cuartillas", a máquina --con dos copias hechas con papel carbón--, la noticia o el reportaje que dictaban aquellos, era precisamente "el reportero de guardia".
Esa noche de 1970 había sido muy intensa de trabajo...y colapsé.
Antes de perder el sentido y desvanecerme, grité desesperado al amigo a quien tenía yo frente a mí, como a 10 metros de distancia: a "Chucho"...a Jesús Kramsky, fallecido según me acabo de enterar, hace apenas 24 horas. El viernes 2 de agosto de este 2019.
A partir de esa escena, otro de mis verdaderos amigos, posterior compadre y en aquél entonces también compañero de trabajo reporteril en EL HERALDO DE MÉXICO, Raúl Torres Salmerón, con esa gracia que lo caracteriza, habría de hacer correr la versión pícara de que yo había gritado aquella noche:
-- " ¡ Chuchis...Chuchis...Chuchis ! ".
Y desde entonces, jajajajajaja....quedó inmortalizado entre los amigos auténticos, el término "Chuchis", que tanto Kramsky como yo, reiteradamente negamos, pero finalmente terminamos festejándolo para con ello aminorar las burlas de los otros.
* * *
Jesús Kramsky Steinpreis, comunmente llamado en el medio periodístico "Chucho Kramsky", formó parte del Dream Team que a finales de los años 60 pudo integrarse para incursionar en el periodismo nacional, con el deseo de conseguir una presencia católica auténtica en el ejercicio de informar y formar opinión pública. Lo formamos Jesús Kramsky Steinpreis, Raúl Torres Salmerón, José de Jesús Castellanos López y un servidor. Cuatro muchachos. Pepe, estudiante de la facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, y Raúl y Jesús, de la facultad de Derecho, de la UNAM misma.
Como equipo iniciamos nuestra tarea en EL UNIVERSAL, donde enmedio de fortísimos pleitos entre la Empresa y los múltiples sindicatos que la agobiaban, así como de confrontaciones entre Ealy Ortíz Garza y su familia política dueña del Diario, la Lanz Duret, logramos construir una página juvenil --titulada "La Juventud Universal"--, que, al tiempo, habría de ser testigo y dar testimonio de la escalada violenta emprendida en 1968 en la ciudad de México por el Partido Comunista y la facción nacional - revolucionaria del sistema, por imponer a Luis Echeverría como candidato presidencial.
Con su esposa. |
Una vez concluida la revuelta, por ordenes superiores se tuvo que dar un giro a la sección juvenil de EL UNIVERSAL y entonces adoptó una fisonomía deportiva, que cubría actividades en escuelas públicas y privadas, y permitía que el periódico tuviera un mercado más amplio de lectores.
Sin embargo, presiones expresas del sindicato de redactores obligaron a la directiva de EL UNIVERSAL a cancelar nuestra sección. Pero gracias a Dios, la misma persona que nos había impulsado con la familia Lanz Duret, inicialmente a través del suplemento semanal "Revista de la Semana" (con Julio Perales y su esposa Mili a la cabeza), nos llevó desinteresadamente a EL HERALDO DE MÉXICO, pues un ex alumno suyo en la UIA, Oscar Alarcón Velázquez, era el Subdirector General, además, claro, de hijo del dueño: don GA, Gabriel Alarcón.
En EL HERALDO DE MÉXICO quedamos adscritos como reporteros. Ya no como realizadores de una página o sección especializada. Y ahí tuvimos que enfrentar dura batalla, pues un grupo revolucionario enquistado en la redacción del periódico, a toda costa buscó expulsarnos.
Recuerdo bien aquella tarde-noche cuando recién llegados a EL HERALDO en 1969, el entonces gerente general de EL HERALDO DE MÉXICO, Alberto Peniche Blanco, nos llamó para comentarnos que sabía que Raúl era sobrino del obispo Abascal y Salmerón, y que Chucho era familiar de quien años atrás había encabezado el MURO: Victor Manuel Sánchez Steinpreis. La peculiaridad del caso radicaba en que en la redacción de EL HERALDO se había insertado un grupo jacobino proveniente de LA PRENSA, estrechamente ligado, orientado, por quien en ese entonces escribía la columna "Concierto Político" en EL DÍA, de Enrique Ramírez y Ramírez, con seudónimo ("J.M. Terllezgirón"): Manuel Buendía, Así que se produjo una colisión abierta, descarada y descarnada. Todo aquél grupo contra los 4 combativos chamaquitos, orientados a distancia por "El Viejo", Carlos Figueroa Sandoval.
Vivimos momentos muy intensos, pero en un lapso muy corto de tiempo, ya que apenas ingresados en 1969 al periódico de los señores Alarcón, Jesús Kramsky fue enviado como compañero del titular del área política de EL HERALDO DE MÉXICO, José Falconi, a cubrir la gira de Luis Echeverría como candidato presidencial del PRI. Y fue así que el 25 de enero de 1970 se produjo el misterioso "avionazo" que terminó con la vida de 14 periodistas y el resto de pasajeros y tripulación del aparato.
Los primeros informes que llegaron ese día, fueron en el sentido de que el avión había caído y no había sobrevivientes. Tanto Raúl Torres Salmerón como quien esto escribe, presentes ya en la redacción de EL HERALDO DE MÉXICO, echamos a llorar por la pérdida de nuestro amigo, Jesús Kramsky. Lo dábamos por muerto. Horas más tarde supimos que había sido el único sobreviviente. Y nos reconfortó saberlo. Pero también pensábamos, pensábamos y pensábamos en el significado de aquella selección divina para no permitir que falleciera en el "avionazo". Había sido el único, el único sobreviviente. Y si lo era, debería existir un por qué y un para qué. Al tiempo, Carlos, Carlos Figueroa Sandoval, demandaría el regreso de Chucho a EL HERALDO, para continuar con su misión periodística, pero Jesús, afectado por decenas de operaciones que le habían inmovilizado una de sus rodillas, optó por otros caminos. Y, entre éstos, escribir libros de texto.
Sin embargo, lo cierto es que a partir del "avionazo", los encuentros con Chucho fueron esporádicos, pues quedó permanentemente atendido en un hospital de Poza Rica, donde habría de conocer a quien sería su esposa. En alguna ocasión, y gracia a los buenos oficios del igualmente buen amigo Pedro Antonio Camacho Marín, realizamos un viaje en avioneta a Poza Rica, donde visitamos a Chucho y platicamos ampliamente con él.
El paso de los años fue llevando a cada uno de nosotros por medios distintos. Chucho pudo abandonar el hospital, movilizarse (no sin cierto trabajo) libremente, y tuvo la idea de escribir: publicó un libro sobre su experiencia y también libros de texto que tendían a hacer frente al proceso revolucionario de la Ideología de Género. Sin embargo, nunca me olvidé de Chucho:
1.- Cuando laboré en TELEVISA, integré a Chucho Kramsky en la radio como comentarista, en un programa que tenía en la XEW, pero se transmitía desde las instalaciones Avenida Chapultepec.
2.- Cuando estuve al frente de la Coordinación de Comunicación Social en la ALDF (Asamblea legislativa del Distrito federal), me volví a jalar a Chucho con un puesto directivo.
Chucho, Pepe, Raúl y yo, nos iniciamos juntos en el ámbito periodístico.
Iniciamos la aventura, creo yo sin defraudar a quienes nos comisionaron para esa tarea ( yo tenía 15 años y ellos entre 18 y 19 ), y juntos nos tocó enfrentar momentos significativos. Pero por encima de las diferencias de carácter (sobre todo yo diría entre Pepe y Chucho), eramos, fuimos, amigos. Amigos. Amigos. Amigos auténticos, pues. Y el amigo siempre lo es. Como se dice: en las buenas y en las malas. Independientemente de que, como humanos que seamos, podamos tener divergencias de criterios y pareceres en materias diversas.
Y precisamente la amistad fue lo que me condujo, cada vez que tuve una posición destacada, a incorporar a Chucho Kramsky a la actividad laboral, productiva, porque en lo más profundo de mi ser no podía yo permitir que se sintiera inútil. Desplazado. Olvidado. No, eso no. Así, al hacerlo retornar a la actividad cotidiana, juntos nuevamente, demostramos que era un hombre capaz, talentoso y que podía realizar una labor profesional que le permitiera llevar el pan a su esposa e hijos. Pero también permitió que los nuevos periodistas, los muchachos que se estaban incorporando a la tarea, lo conocieran. Estuvieran a su lado. Convivieran con él. Y se nutrieran mutuamente.
Por eso me lo jalé a TELEVISA, y por eso, posteriormente, lo llevé conmigo a la ASAMBLEA LEGISLATIVA DEL DISTRITO FEDERAL, donde luego de mi salida, él pudo seguir con profesionalismo en el puesto que le había yo asignado. Nunca olvidaré que el día de su cumpleaños, en el año 2001, le preparé una fiesta sorpresa a Chucho en la ALDF. Un pastel, que frente a todo el personal, apagó con gusto y las carcajadas de los presentes, que nos reíamos por la salpicada de migas de pastel que se produjo con el soplido.
Me acuerdo de Chucho cuando participamos en momentos álgidos de 1968; cuando libramos una golpiza en la Plaza de Toros México en el mismo 68; cuando por las tardes pasábamos un buen rato en una cafetería frente al Colegio Berta von Glümer, en la colonia Roma, de la ciudad de México, donde insistía en que me hiciera novio de una atractiva muchacha que sin embargo lo pretendía a él; cuando participaba en mis programas radiofónicas; cuando tomábamos café en el legendario Kiko´s de Paseo de la Reforma y Bucareli; cuando los 4 (Chucho, Pepe, Raúl y yo) nos disputábamos la única máquina de escribir que nos fue suministrada para redactar en EL UNIVERSAL; cuando ante el boicot que nos hacían los sindicatos dentro de éste periódico, la hicimos de fotógrafos y aprendimos a revelar los rollos en los oscuros laboratorios de EL UNIVERSAL; cuando él me defendía en EL HERALDO DE MÉXICO de quienes querían correrme a toda costa; cuando nos íbamos a comer tacos de bistek con cebollitas, después de nuestras juntas en la colonia Roma...
Hoy, confieso que le he estado llorando a Chucho...por segunda vez.
La primera, junto con Raúl, cuando supimos del avionazo de 1970 y creíamos que Chucho había perecido. Seguramente Raúl, el buen amigo Raúl Torres Salmerón, a quien no he visto, ha hecho lo mismo: volver a llorar por el amigo que nos deja.
Chucho le decía a Raúl, "El Marciano". Ambos eran estudiantes de la facultad de Derecho de la UNAM cuando optaron por el inicio de la aventura periodística yunquista y conformar el Dream Team. Y como tuvimos una estrecha relación los tres, creo no equivocarme en afirmar que también a mi compadre se le han vuelto a salir las lágrimas. Lo único que lamento es que nadie, nadie, nadie me avisó de la muerte de Chucho, ni tampoco de su enfermedad y agonía. Me enteré de su partida gracias a lo que publicó en FACEBOOCK un joven y generoso periodista con quien sigo en deuda, Ricardo Contreras. Gracias, Ricardo, por la noticia.
Quedo con la convicción de que Chucho murió cuando tenía que morir. Dios tiene sus tiempos. No son los nuestros. Y cuando se produjo el "avionazo" de 1970, a Chucho no le tocaba presentarse aún ante el Señor. Chucho pudo dar, pues, de principio a fin, testimonio. Un incansable luchador. No se rindió. Peleó el buen combate.
Y para Kramsky --" ¡ señor Kransky...señor Kransky !", como solía llamarle Hugo Gris, el office boy de EL HERALDO--, no me resta sino volverle a gritar, con la esperanza de que también me vuelva a ayudar en estos momentos de agobio bajo los cuales vivo:
-- ¡ Chucho ! ¡ Chucho ! ¡ Chucho !.
P.D.
No quiero dejar pasar la ocasión sin hacer referencia a dos buenos amigos, los únicos que me fueron a visitar a mi casa, después que fui hospitalizado tras la crisis que viví aquella noche en EL HERALDO DE MÉXICO y frente a la cual le grité en forma desesperada a Chucho Kramsky: Blanca Sevilla de León y Pedro Antonio Camacho Marín, que trabajaban también en EL HERALDO.
Pedro (Peter, le decía Blanquita al que es su esposo), al tiempo habría de cubrir "la fuente política", y Blanquita, era jefa de la sección de Sociales. Acababan de hacerse novios, parece ser. Esa foto es de aquellos tiempos. En un parque que se encontraba en avenida Cuauhtémoc, en la ciudad de México, a unas cuadras de EL HERALDO. Ambos, también magníficos amigos de Chucho. En ocasiones nos íbamos a "Los Bisquets de Obregón", precisamente en la calle de Álvaro Obregón, y que por aquél entonces era un changarro del que nunca nos imaginábamos se convertiría en lo que es hoy: una franquicia nacional exitosa.
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